POBREZA
El porvenir de los pobres o los pobres por venir
El cambio en la estructura socioeconómica de la Argentina en los últimos veinte años ha conducido a una brutal redistribución de los ingresos de los sectores pobres a los ricos y a un fuerte proceso de concentración de la riqueza. Hoy no sólo los pobres son más pobres que antes, sino que los que no eran pobres ahora forman parte de esta categoría. Sectores que por cultura e ingreso pertenecían a las clases medias, se encuentran por debajo de la línea de pobreza y padecen no sólo un empobrecimiento en términos materiales sino que también se han empobrecido en términos psicosociales, a través de la erosión de la condición de ciudadanía y su autoestima.
La vida cotidiana de estos grupos está atravesada por la idea de evitar la amenaza más temida: la movilidad social descendente, que impide la construcción ideal del futuro en la que fueron socializados. En estos segmentos la crisis empobrece, margina y atomiza.
El fenómeno de la globalización está provocando una sensación de intemperie social generalizada, donde a medida que aquella avanza como potencialidad integradora mundial, muchos segmentos la población mundial se sienten cada vez más excluidos, globalizando un verdadero sentimiento de orfandad colectivo.
Los últimos estudios revelan que más del 50% de la población argentina se encuentra bajo la línea de pobreza: más de 18 millones de personas. Entre ellos, la pobreza extrema y la exclusión crecen y se concentran fundamentalmente en las áreas urbanas, especialmente en las periferias de las grandes ciudades, constituyendo grupos urbano-marginales, donde se destacan la mendicidad callejera y la proliferación de los comedores comunitarios. Este es un fenómeno historicamente residual y que en los últimos años se está profundizando en las grandes regiones metropolitanas, como resultado de una acumulación de procesos socioeconómicos, (altas tasas de desempleo, desarticulación social y familiar, y grandes sectores de marginados). Entre los grupos más afectados por la exclusión se hallan las mujeres, que se manifiesta como una creciente tendencia hacia la feminización de la pobreza. Hay un aumento de las tasas de pobreza en hogares encabezados por mujeres jóvenes, especialmente aquellas con cargas familiares, víctimas del quiebre de la familia nuclear. La situación de carencia y deterioro no sólo compromete el presente con el debilitamiento de la trama social, sino que involucran a las generaciones futuras, en la perspectiva de la transferencia intergeneracional de la pobreza. Es casi un "círculo perverso" donde se reproduce las condiciones de marginalidad. Cuando se apela al concepto de carencia para describir una situación de pobreza, también se está haciendo referencia al deterioro de los vínculos relacionales, que profundiza la marginación social.
Cuando en las sociedades vulnerables la exclusión se "normaliza", luego se naturaliza. Desaparece como "problema" para volverse sólo un "dato". En nuestro país, el fenómeno piquetero que provoca corte de rutas en zonas periféricas o de calles en áreas urbanas, se está constituyendo en un fresco social contemporáneo, que la sociedad observa, al principio perpleja y solidaria, luego indiferente. Un dato que, por ser cotidiano se hizo trivial. Nos acostumbró a su presencia y terminó siendo tan efímero, como lo es el recuerdo del número de individuos que viven por debajo de la "línea de pobreza". El objetivo de los gobiernos es buscar nuevas formas de combatir todo tipo de desigualdad, marginación, discriminación, y por tanto, de exclusión. Las políticas sociales en los países vulnerables deben dirigirse hacia la capacitación y la participación comunitaria, evitando la mera acción paternalista.
En la Argentina, la política compensatoria y los programas que la acompañan no han servido para reducir la pobreza, y mucho menos para erradicar las causas que la originan. No obstante, ellos cumplen una función muy importante: tratan de amortiguar el impacto del ajuste estructural sobre los sectores más pobres de la población. El gobierno debe intentar trascender el clientelismo partidista y el manejo sectario del gasto social. En este país, al igual que en otras naciones donde los partidos políticos, municipios, gremios, agrupaciones piqueteras u otros grupos poseen gran capacidad de presión sobre la administración del Estado, el gasto social sirve para atender los reclamos de cada sector, especialmente de los desocupados. Por lo tanto, tendrá que evitarse el viejo y arraigado estilo prebendario, instrumentando los programas sociales en base a estadísticas objetivas, de tal manera que su adjudicación se concrete con honestidad y transparencia a los que realmente lo necesitan. Si un gobierno no entiende que las medidas compensatorias deben ser coyunturales, su acción, en vez de ser eficaz en el combate contra la pobreza, estará privilegiando la aplicación de planes que actúan sobre la superficie del fenómeno, que sólo la maquillan o atenúan, pero que no la erradican. A los programas compensatorios les corresponde actuar como auxiliares, dentro de una política estratégica orientada a superar la pobreza, lograr un reparto equitativo del ingreso y elevar el bienestar colectivo. Nunca deben convertirse en el eje y motor de la estrategia de desarrollo social.
Como ocurrió en otros países latinoamericanos y del sudeste asiático, la Argentina ha acompañado las medidas de ajuste económico con un amplio conjunto de planes sociales, cuya meta era de actuar como amortiguadores del impacto que se esperaba por el ajuste sobre los sectores populares. El objetivo de esa estrategia consistió en transferir dinero, especies y servicios a los hogares pobres, con el fin de fortalecer el ingreso familiar y evitar depreciación de la calidad de vida de esos grupos. En nuestro país, como en la mayoría de otros perjudicados por la globalización, tanto la política compensatoria como los programas que la acompañan no han servido para reducir la pobreza; y mucho menos para erradicar las causas que la originan. Sin embargo, esto de ningún modo significa que hayan carecido de importancia o que hayan sido inútiles o inconvenientes. Ellos cumplen una función muy importante: servir para aligerar el impacto del ajuste estructural sobre los sectores más pobres de la población. Pero, nunca deben convertirse en el eje y motor de la estrategia de desarrollo social. El célebre aforismo chino según el cual "al hombre no hay que darle el pez, sino enseñarle a pescar", cobra nueva vigencia, aunque tiene escasa aplicación en la actualidad.
Habitualmente los cambios de los ciclos económicos servían para hacer emerger a los pobres "coyunturales". Hoy, el camino de los nuevos pobres por la cornisa se prolonga y puede llevarlos a ser sujetos de las mismas políticas asistenciales de los "pobres estructurales". No debe desconocerse la utilidad y, en muchos casos, inevitable necesidad de aplicar programas compensatorios masivos, como, por ejemplo, en períodos de ajuste estructural de la economía.
La historia reciente, nos enseña que el "asistencialismo" es una subversión del proceso de desarrollo, creando y consolidando situaciones de dependencia, clientelismo y consumo permanente de "servicios" que van en contra de la autonomía personal y colectiva. Como tal, el asistencialismo fomenta una situación de antidesarrollo y de dominio populista. Uno de los métodos mas comunes lo constituyen las transferencias directas, donde frecuentemente se localiza la debilidad central de la política social puesta en práctica por el Estado de turno; ya que se les confiere una relevancia desmedida a programas que no combaten las raíces de la pobreza, mientras que otros que podrían ayudarla a superar de forma definitiva, como la educación preescolar o el fortalecimiento de la red primaria en salud, carecen del respaldo suficiente. Al privilegiar en exceso a la política compensatoria, no se entiende que los subsidios directos reportan un beneficio importante, pero transitorio, tanto para el Gobierno como para la población que los recibe. Las transferencias directas, cuando no se les dosifica o cuando se les sobredimensiona, causan efectos perversos que resulta difícil corregir. Una de esas consecuencias consiste en que tiende a recrear el fenómeno que supuestamente pretende combatir. Es decir, propende a reproducir el número de pobres, pues, debido a que los recursos se dirigen a apuntalar el ingreso monetario de los grupos más débiles, y no a capacitar para el trabajo, los sectores pobres no se entrenan para ejercer un oficio especializado, sino que se convierten en receptores pasivos de la ayuda que les da el Estado. Los pobres no reciben apoyo para salir de su condición. Sólo perciben un auxilio que, en el mejor de los casos, les permite sobrevivir y perpetuar su indigencia.
Por otra parte, estimulan la dependencia del individuo y los grupos con respecto del Estado. Todos se transforman en recipientarios de las transferencias que les concede el Gobierno. Uno de los efectos más nocivos del modo como se reparte durante largo tiempo, es la subordinación individual y colectiva al Estado paternal. Los pobres pueden caer en el error en esperar pasivamente que el Estado resuelva sus problemas, sin que exista un compromiso activo de la comunidad excluída para buscar las soluciones adecuadas a la miseria que padecen. Este modelo termina no propiciando la participación ciudadana, ni la solidaridad de la sociedad. En virtud de la irresponsabilidad que el paternalismo fomenta, la pobreza pareciera ser un problema frente al cual los sectores que la sufren y los demás grupos sociales, no tienen ningún compromiso. El paternalismo estatal, como una forma recurrente de la historia reciente, puede llevar al populismo y al clientelismo político, de modo que forman círculos viciosos en los que esas perversiones se refuerzan mutuamente.
Hoy, en medio de la intemperie social que padecen muchos argentinos desocupados, se legitima el derecho al trabajo, como único medio posible para que el pobre recupere la dignidad perdida. El desarrollo significa la capacidad adquirida de salir del estado de emergencia y prescindir de la asistencia.
Sólo mediante el desarrollo económico, concomitante a una distribución equitativa, podrá concretarse una verdadera política social, que haga posible "MEJORAR EL PORVENIR DE LOS POBRES". Si la única estrategia es el asistencialismo, es posible que "AUMENTEN LOS POBRES POR VENIR".
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